De Aguascalientes me llevo tres cosas: la gentileza de sus habitantes, el poderoso sol que recortaba la imagen de la Catedral una mañana y la noticia de que el terremoto ocurrido en 1985 en la ciudad de México llevó a muchas personas a migrar hacia aquel lugar por razones familiares pero, sobre todo, por motivos laborales: la catástrofe obligó a descentralizar industrias y oficinas gubernamentales. Así fue como se formó una bulliciosa comunidad chilanga.

Esto último fue comentado por una colega con quien compartí la mesa de ponentes durante el V Coloquio Intenacional de la Red de Enlaces Académicos de Género, convocado por la Universidad Autónoma de Aguascalientes (UAA).

Otra ponente nos compartió su investigación sobre la manera en que las boxeadoras mexicanas logran apoyo en el ambiente deportivo nacional en la medida en que «feminizan» su aspecto. Al parecer, los promotores y periodistas las prefieren maquilladas, casadas y guapas, más que rudas, sospechosamente solteras y con cara de pocos amigos. Pienso que es algo similar a lo ocurrido con las poetisas del siglo XIX: si escribían sobre sus hijos, marido y patria, no había motivo de sorpresa; otros temas abordados por ellas fueron olvidados por la crítica literaria, claramente interesada en ratificar lo que alguna vez escribió don José María Vigil: «la escritora mexicana es mujer y la mujer es, ante todo, el ángel del hogar».

En honor a la verdad, también me llevo de estas tierras la satisfacción de haber recorrido las instalaciones de la UAA: limpias, dignas, amplias, nuevas muchas de ellas. Qué fortuna para sus estudiantes y docentes. El jueves 13 de marzo de 2014 caminé sin rumbo fijo por sus prados; a las 9 de la madrugada me encontré con otras colegas en el Edificio Polivalente. Ahí ratificamos la buena salud de los estudios de género realizados en el país.