
Texto leído la noche del 16 de enero de 2018, durante la tertulia «José Luis Martínez, curador del ensayo mexicano»:
«José Luis Martínez: sus ensayos académicos sobre el siglo XIX»
Admiración y respeto. Eso suelen provocarme ciertas plumas aplicadas a la crítica literaria y a pergeñar la historia de nuestras letras. Lo que me inspira la figura de José Luis Martínez va más allá y, no temo decirlo, es fruto más de la emoción que de la razón, aunque la primera no excluye a la segunda: lo que su obra me provoca es gratitud y cariño. Verán ustedes, mucho antes de conocer su importante labor como diplomático y funcionario, al maestro Martínez lo conocí en su calidad de autor de una vasta compilación de ensayos que ya es parte del acerbo básico de cualquier estudiante de literatura, también lo frecuenté como el coordinador de la colección Revistas Literarias Mexicanas Modernas, y como autor de una egregia biografía de Hernán Cortés y de varios ensayos académicos sobre las letras de la primera mitad del siglo XX.
Durante mi formación académica, pues, la consulta de los estudios y compilaciones elaborados por el maestro fue imprescindible. Pero debo admitir que se convirtió en un verdadero deslumbramiento cuando descubrí, entre los trabajos más arduos del bibliógrafo, una veta de mi absoluto interés; me refiero a sus ensayos sobre la escritura creativa del México del siglo XIX. El inédito y afanoso cuidado con que se asomó a las letras de dicha centuria fue estimulante por su rigor y profusión, pero sobre todo, paradógicamente, por su carácter de novedad en un ambiente donde lo más común era estudiar la literatura del siglo XX. Me explico:
En un ejercicio de generalización extrema, el paradigma estético postrevolucionario, fijado hacia la década de 1920, tendió a identificar el grueso de la literatura del siglo XIX con el Porfiriato. A partir de esto, situó una gran variedad de propuestas escriturales en un delicado lugar de la memoria nacional, pues, desde esa perspectiva, el régimen del presidente Porfirio Díaz sólo representaba el despotismo y la injusticia en contra de los cuales había luchado, por lo menos en el discurso, la Revolución Mexicana; en consecuencia, cualquier manifestación cultural vinculada con la prolongada presidencia finisecular se antojaba sospechosa de traición a la patria, por decir lo menos.
El palmario anacronismo no restó poder de anatema a tal consideración; antes bien, repercutió en el imaginario académico al grado de convertir en lugar común una opinión según la cual la literatura de aquella centuria era no sólo ampulosa y soporífera, sino irrelevante en todo sentido. Por consiguiente, a pesar de que sin las estéticas favorecidas por nuestros narradores, poetas y dramaturgos, y sin los temas explorados por nuestros ensayistas y periodistas, era (y es) del todo imposible comprender el decurso de la literatura mexicana posterior; a pesar de eso, digo, pocas eran las firmas cuyo plumaje pasaba intacto por los lodazales de la desmemoria y se alzaban dignas en cursos escolares donde se solía (acaso aún se suele) denostar en bloque a narradores liberales, versificadores bohemios, dramaturgos románticos, escritoras célebres y poetas que incursionaron en el periodismo, simplemente porque sus creaciones obedecieron a parámetros hoy en desuso. Esa omisión, triste es decirlo, apenas tuvo impugnadores en décadas subsecuentes.
Y aquí es donde entra en escena José Luis Martínez, quien, a contrapelo de buena parte de la crítica de su época –y de la nuestra–, denunció hacia 1950 cuán parcial era el conocimiento sobre un corpus tan copioso y variado (nada menos que cien años de escritura), y se encargó de reconstruir para los ojos de sus contemporáneos algunas biografías intelectuales, sometiendo a renovada valoración textos legendarios como El Periquillo Sarniento o publicaciones periódicas tan ilustres como El Renacimiento y la Revista Azul. A través de los artículos reunidos en el volumen La expresión nacional (1955) le fue posible exhumar los nombres de los enormes polígrafos Joaquín García Icazbalceta, José María Vigil y Francisco Pimentel; de muy estimables editores como Ignacio Cumplido, o de los poetas Manuel Acuña y Manuel Gutiérrez Nájera, y de los grandes liberales que apostaron, en la segunda mitad del siglo XIX, por una literatura nacionalista, me refiero a Ignacio Manuel Altamirano, Ignacio Ramírez y Vicente Riva Palacio.
Consciente de su labor pionera, José Luis Martínez incluso nos legó una lista que denominó “Tareas para la historia literaria de México”, donde, luego de apuntar el contraste entre países que conocen bien su pasado literario y países que, como el nuestro, no aprecian a cabalidad ese pasado simplemente porque no lo conocen, compartió sus pesquisas y señaló posibles temas pendientes en el ámbito de las letras indígenas, el periodo colonial, el siglo XIX y el siglo XX. No huelga recordar aquí un detalle contextual: Martínez trabajaba con fichas y no contó en esos años con el apoyo computacional que hoy permite agilizar la elaboración, organización y difusión inmediata de bases de datos; así, con la ejemplar paciencia que los investigadores de su generación poseían para elaborar a mano los registros en archivos y bibliotecas, don José Luis reunió información de primera mano y la ofreció, pródigo, obsequioso, a investigadoras e investigadores que llegamos después. A fin de resumir su objetivo, quiero citar a continuación un fragmento de la nota con la cual presentó su lista de tareas:
En algunos países puede ocurrir que el investigador, el aficionado o el simple estudiante, decididos a iniciar un trabajo de crítica, historia o erudición literaria, se encuentren con que ya todo ha sido hecho y no tienen otro recurso que repetir una tarea o aguzar la imaginación para descubrir una perspectiva no explorada. […En México, por otro lado,] Varias generaciones de historiadores, eruditos y críticos han desbrozado el campo y establecido las bases para los nuevos estudios. Y a nosotros toca la continuación de esta tarea fundamental que aspira a incorporar a la cultura de México los testimonios más profundos y lúcidos de su conciencia y su imaginación. // Aspiran las presentes notas a ofrecer un panorama general de la situación en que se encuentra el estudio de la literatura mexicana y, particularmente, un inventario aproximado de las tareas más visibles e importantes que se encuentran aún por hacer en este campo. Y las mueve la esperanza de que nuevos operarios de buena voluntad se unan a los ya numerosos que, desde hace siglos, trabajan por conocer, apreciar y difundir nuestra cultura literaria (Martínez, 445-446).
Debo admitir que yo aspiro a ser una eficaz operaria de buena voluntad, claro, y no puedo sino agradecer la ostensible solidaridad que tuvo con el gremio el joven investigador de treinta y tantos años de edad que escribió aquellas líneas. Es de celebrar, por lo demás, el cariz ético de la tarea emprendida por él, pues lo muestra consciente de su deber con la cultura del país. Dicho de otra forma, su empresa estaba motivada por el disfrute de la literatura (un objetivo estético, digamos), desde luego, pero también por la necesidad histórica de dejar un registro del decurso de esa literatura, para conocerla y para conocernos expresados en ella (el objetivo ético que referí líneas atrás).
Mucho se ha adelantado desde entonces, pues la saludable decisión de preparar ediciones críticas y facsimilares, apoyada por él durante su paso por el Fondo de Cultura Económica, y la voluntad de organizar útiles antologías y monografías en algunas instituciones académicas, tal como él lo hizo al rescatar la obra de Manuel Acuña o los ensayos mexicanos modernos, por ejemplo, brindan hoy a los lectores, especializados o no, un provechoso material para sumergirse en mares documentales antaño visitados en fondos reservados sólo por quienes podían ostentarse como investigadores.
A esa que podríamos calificar como fase de rescate, ha seguido otra, cifrada en el análisis, donde los expertos examinan y evalúan las obras a fin de restituirles con justeza un lugar en la historia literaria nacional, tal como quería el maestro Martínez. Ese esfuerzo ha engrosado el número de tesis de grado donde se transcriben y analizan documentos bibliográficos y hemerográficos elocuentes, a través de los cuales se devela poco a poco el amplio panorama de una centuria donde la escritura resplandeció aun en medio de luchas fratricidas y de fantasías donde el orden y el progreso favorecían a unos cuantos.
El paso siguiente, el tercero en una virtual lista de quehaceres académicos, consiste en fomentar una divulgación más amplia de cuentos, ensayos, novelas, poemas y piezas teatrales firmados por escritoras y escritores del siglo decimonono, ausentes hasta hace poco en los manuales donde se proponían panoramas de las letras del país, que hoy nos parecen claramente sesgados por imperdonables criterios políticos más que literarios, propios de la crítica posterior a la Revolución. Como se verá, el legado de José Luis Martínez, esbozado en su lista de “tareas para los investigadores” e iniciado por él, es pródigo, extenso y relevantísimo. De ahí la gratitud que me suscita su recuerdo.
Dije, minutos atrás, que también me inspira cariño y no exagero. Al respecto, y para cerrar, cito la definición ofrecida por el bibliógrafo para el género literario llamado “ensayo”; en 1968, Martínez afirmó que éste es “una peculiar forma de comunicación cordial de ideas en la cual éstas abandonan toda pretensión de impersonalidad e imparcialidad para adoptar resueltamente las ventajas y las limitaciones de su personalidad y su parcialidad” (Martínez 1995: 10). Pues bien, los ensayos académicos de José Luis Martínez son la expresión cordial, serena, de su amor por las palabras; recorren obras literarias y vidas de escritores con fruición, con una devoción delicada y curiosa, con el cuidado de quien se toma su tiempo para disfrutar la minuciosa exploración de un objeto histórico que depara sorpresas fascinantes. Nos recuerda que la investigación de nuestra literatura es un ejercicio vital, exploratorio, placentero, lleno de sentido histórico, ético y estético. ¿Cómo no querer a quien logra todo esto a través de sus ensayos dedicados a las letras de las y los bisabuelos?
Leticia Romero Chumacero
Guadalupe Insurgentes, enero de 2018.
Noticias y reseñas:
https://www.escritoras.mx/actualidad-del-ensayo-escrito-por-mujeres/
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