
Zacatecas es otra de las ciudades coloniales mexicanas que me apasionan. Cantera y barroco, plata, calles que deparan sorpresas arquitectónicas, desfiles escolares y manifestaciones políticas con poquísima gente. El viernes 9 de mayo de 2014 volé hacia allá. Sólo podía quedarme un día, de manera que apenas hubo tiempo para ver la escenografía callejera montada por el gobierno local con motivo del centenario de la Toma de Zacatecas por el ejército de Francisco Villa.
No me gusta festejar las guerras, pero fue interesante ver los conjuntos de personajes elaborados en papel maché para representar los hechos históricos ocurridos en los rincones del centro zacatecano. Aquí pasó esto, acá ocurrió aquello. Resignificar espacios, convivir con el pasado.
Pero el motivo de mi breve visita era participar en el Primer Coloquio Nacional de Literatura Mexicana, organizado por la Universidad Autónoma de Zacatecas, en el Palacio de Gobierno del Estado. Llevé mi ponencia sobre la crítica literaria decimonónica y su reacción ante las escritoras mexicanas; el tema es prácticamente desconocido en el firmamento académico nacional, por lo que hubo interés entre estudiantes y profes. Eso siempre me anima.
Me recibió la amable Dra. Lourdes Ortiz, coordinadora general del Coloquio. También es gente de letras; nos conocimos poco antes, en un encuentro académico realizado en Aguascalientes. Lourdes moderó la mesa protagonizada por la Dra. María Rosa Palazón, quien dictó una conferencia magistral sobre Fernández de Lizardi. Recordé las espléndidas clases de Palazón en la Facultad de Filosofía y Letras: hablaba sobre la filosofía de Paul Ricoeur con lucidez y claridad envidiables. Toda una jefa.
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