Texto de la presentación del libro «Identidad sin género», en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería

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Este domingo, 22 de febrero de 2015, en el marco de la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, presentamos Identidad sin género, volumen del artista plástico Juan Pablo Calatayud y la poeta Iliana Rodríguez. Esto dije sobre los textos de la Doctora Rodríguez Zuleta, querida colega en la UACM:

Identidad sin género

Desconcierto. Tal es la palabra que viene a mi mente cuando hojeo el libro que hoy nos convoca. Acaso ese tipo de respuesta, perpleja, desorientada, fue la que concibieron Juan Pablo Calatayud e Iliana Rodríguez, cuando se dieron a la tarea de desestabilizar una de las coordenadas de nuestro habitual contacto con las personas: me refiero a la identidad de género.

Es justo afirmar que Iliana y Juan Pablo cumplen su cometido. Identidad sin género propone diez retratos fotográficos intervenidos y diez autorretratos literarios de personajes ficticios, a quienes no es posible catalogar como femeninos o masculinos; lo mismo podemos afirmar sobre sus cerebros. Son, en todo caso, personas llenas de mundo, seres completos en su indescifrable exhibición de caracteres sexuales ambiguos. Ante su contundente presencia, cabe preguntar ¿por qué necesitamos asignarles etiquetas antes de conocerles, antes de escucharles, antes de permitirles ser?

Los poemas en prosa de Iliana Rodríguez formulan claves para adentrarse en la sensación de incertidumbre que inspiran quienes desbordan el canon del género. Se trata de diez poemas cuya voz lírica pertenece a seres, animados o no, que hablan sobre sí y sobre las características y ventajas de su condición allende el género. Cada uno lleva por título la inicial del nombre del personaje; por ejemplo, «T» es Tiresias y «H», Hermafrodito. Aquí sus historias:

“Todo está en mí”, dice el caracol, ser hermafrodita capaz de reproducirse con cualquiera de su especie, pues todos son macho y hembra a la vez. Xólotl, dios dual, metamórfico, se define como una “salamandra de la admonición”, que sobrevive gracias a su capacidad de mutar; el cambio da sentido a su existencia.

El andrógino platónico con sus “dos rostros, diferentes, en una sola cabeza”, descubre la limitación de conceptos como pasado y presente, adelante y atrás, pues su posición privilegiada le concede ambos a un tiempo. Algún día estarán separados y se extrañarán hasta el llanto, pero inicialmente son un círculo perfecto.

Hermafrodito, por su parte, es resultado de la unión del deseo y el rechazo, “me confunden nuestras pasiones”, afirma, “mi agonía nos contradice”; es uno y es ambos. Es la tensión entre dos aspiraciones que un día lucharon por dominar.

Tiresias también es ambos, pero en momentos distintos: es un hombre a quien los dioses transforman en una mujer, que siete años más tarde se convierte en hombre. Prueba, disfruta, padece ambas aguas. Esa experiencia dignifica su capacidad para ver el futuro, habiendo vivido lo que otros y otras viven.

Otro Hermafrodito, el de la escultura del griego Policles, el Borghese, guarda para quien lo recorre con la mirada la sorpresa de su condición: su aspecto es el de una mujer; su sexo, el de hombre. Se despliega con el lúbrico abandono de quien es, ante todo, un cuerpo bello, perfecto.

Serafita, la de Honoré de Balzac, y Orlando, el de Virginia Woolf, seducen también. Su encantadora presencia atrae la mirada de hombres y mujeres, en quienes despiertan la misma pasión. Se les ama y desea más allá del tiempo, más allá de su aspecto, quizá porque este último es enriquecido por la indefinición.

Más acá de nuestra realidad –y no–, Ziggy Stardust, el de David Bowie, juega con la representación. En su caso, el teatro es el espacio idóneo para recrear la ambivalencia y espetarla a la cara de quienes le miran a distancia, extasiados ante el confuso espectáculo de un desafiante hombre maquillado con feminidad.

Finalmente, el círculo del yin-yang, con sus “ambiguos labios” y su rostro de oscuridad y luz, llama a la armonía.

Y tal es la palabra que viene a mi mente cuando concluyo el recorrido por las palabras y las imágenes de Iliana Rodríguez y Juan Pablo Calatayud: distintos rostros, sexos inesperados, cerebros habitados por historias individuales. En la diversidad está la riqueza de pensar al otro, a la otra, como un yo preñado de sutiles matices, de caminos recónditos, de voces que también son las nuestras.

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