Graduación de la Generación 2017 de la Licenciatura en Creación Literaria (UACM)

 

Generación 2017 de la Licenciatura en Creación Literaria, con su madrina, la doctora Leticia Romero Chumacero.

Palabras para la Generación 2017

Cerrar ciclos no es fácil, porque nos coloca ante la compleja situación de dejar atrás algo a lo que nos hemos acostumbrado, para bien o para mal. Implica tomar las riendas y echar a andar hacia otro rumbo, con la certeza y, a veces, sólo con la vaga esperanza, de llegar a buen puerto. En ocasiones, tal puerto es nítido y se nos muestra como un gran incentivo de vida; otras veces se trata de un destino brumoso y atemorizante por desconocido. Cerrar ciclos, pues, tiene su carga de epopeya: Ulises sabía a dónde ir después de la guerra de Troya, que los dioses no lo dejaran es otra cosa; pero Horacio Oliveira y Pedro Páramo se lanzaron en pos de algo poco preciso, o que, en todo caso, debían construir por su cuenta: el sentido de la vida (de su vida), a través del amor o de la herencia paterna, respectivamente.

Debo decirles –varios de ustedes ya lo saben– que estudié literatura: licenciatura, especialidades, maestrías y doctorado; todo en letras. A mí, como probablemente les haya ocurrido a ustedes, también me dijeron en casa que la gente que estudia esas cosas se muere de hambre. Falso: mi flacura es natural. En este país, hay quienes mueren de hambre debido a desigualdades sociales y políticas bestiales, que impiden el desarrollo de comunidades y personas, o debido a construcciones culturales que orillan a otros a tratar de cumplir imposibles cánones de belleza cifrados en el peso. Pero la gente no se queda sin comer por haber estudiado una licenciatura del área de Humanidades, pues las salidas laborales son muchas; en el caso de ustedes, creación literaria, docencia, investigación, periodismo, gestión artística, edición, administración cultural…

Decía que estudié literatura. Para mí, haber tomado esa decisión supuso muchos desafíos personales, porque mi familia es de abogados y militares de carrera. Se esperaba que también fuera licenciada en Derecho (militar no, porque mi estatura no lo habría permitido). Por fortuna, mi carácter, mi deseo, mi convicción, pesaron más que las admoniciones en derredor y dije: “me juego todas las canicas”. No me equivoqué: la literatura ha sido punto de encuentro con la palabra artística y creadora, con colegas destacados, con estudiantes ávidos de conocimientos, con mis parejas y con espacios académicos donde ha adquirido pleno sentido la idea de que el mundo puede ser algo más profundo y variado que lo dicho en los noticiarios amarillistas, rojos o negros.

Para mis estudiantes, para quienes están aquí, en la primera fila, quisiera que haber cursado la Licenciatura en Creación Literaria sea también su Camino de Damasco. Es decir, su vía para encontrarse con lo que aman, con aquello que los mueve a sentirse vivas, vivos. Me gustaría, desde luego, encontrarles, dentro de algunos años, estudiando maestrías y doctorados, publicando libros, invitándome a sus bodas y graduaciones, echando a andar empresas culturales y participando en congresos literarios. Pero me gustaría, sobre todo, saber que están disfrutando los frutos de su elección vocacional.

En un país donde la mayor parte de la población no está en condiciones de hacer estudios universitarios, haber ocupado un lugar en esta universidad fue ya un triunfo. Haber transitado por los cursos que conforman la licenciatura fue otra conquista, lenta y dolorosa a veces. Concluir el recorrido, cuando defiendan sus tesis, dentro de algunos meses, será un éxito mayor, que festejaré con entusiasmo y no sólo porque las cifras de titulación en este país son ínfimas, sino porque los titulados serán ustedes, mujeres y hombres con quienes me fue dado el privilegio de coincidir en este momento de nuestras vidas.

En una película italiana de 1988, titulada Cinema Paradiso, uno de los protagonistas le ordena a su joven pupilo: “vete de la ciudad, estudia en otro lado, aléjate de nosotros para que puedas ver en perspectiva; ¡no quiero verte por aquí en los próximos años!”. Parece una crueldad, pero el llamado del mentor es, en mi opinión, una convocatoria a desprenderse del cordón umbilical que nutre pero, en un momento dado, ata.

En efecto, porque si la literatura de viajes nos enseñan algo, es a gozar de la emoción del periplo, del traslado: independientemente del lugar al cual llegue el héroe, arribará transformado, enriquecido, nutrido por las experiencias del camino, así se trate de experiencias abisales y dolorosas. En ese tenor podemos asomarnos a Wells, con su Máquina del tiempo; a Kerouac con En el camino; Hemingway y su Fiesta; Swift y Los viajes de Gulliver; Verne y La vuelta al mundo en ochenta días; Cortázar y La vuelta al día en ochenta mundos; al periodista Kapuscinski y sus Viajes con Heródoto; o a Conrad y El corazón de las tinieblas. Viajar es enfrentarse con lo otro, con lo nuevo, con eso que sale de nuestra zona de confort; es enfrentarnos con nosotros fuera de contexto. La literatura también nos regala esas experiencias.

Cerrar ciclos, dije antes, es un reto. Y los retos se acometen con entusiasmo, con energía, con valor. Lo digo en serio, jóvenes colegas: váyanse, terminen la licenciatura, sigan su camino, construyan y constrúyanse allá afuera, mídanse con estudiantes de otros lares, pruébense en otras universidades, desafíense. Si ya se salieron con la suya estudiando lo que se les antojó, sean congruentes y juéguense todas las canicas a eso que fue un sueño y es hoy una realidad. No se eternicen semestres y más semestres aquí por temor a ver lo que hay más allá de la UACM. Cuando hayan probado mundo, dentro de algunos años, entonces sí, regresen a visitarnos, regresen a enriquecernos con su mirada nueva. Será un placer recibirles aquí.

Leticia Romero Chumacero

En la Universidad Autónoma de la Ciudad de México-Cuautepec.